lunes, 28 de noviembre de 2011

LA MANO DE MARCELO




Hace unos días colgué en Facebook imágenes de algunas de mis obras recientes y el querido colega Carlos Rodríguez Cárdenas me dejó un comentario animoso, que no estaba exento de cierta ironía -la actitud predilecta con que venimos procesando la realidad desde los ya lejanos años 80- afirmando con emoción que el secreto está en continuar, y evocaba la imagen de nosotros subiendo en sillas de rueda la rampa del Museo Nacional de Bellas Artes.

La ambiguamente bella y triste imagen me trajo a la mente otra que se le superpuso como dos transparencias de diferentes épocas que tratan de ser encajadas. En 1988, ese año en que tantas cosas sucedieron en la plástica cubana, una amiga que conocía a su hija Graciela, me ofreció presentarme al maestro Marcelo Pogolotti que había viajado a La Habana, al parecer muy enfermo y que en efecto falleció pocos meses después. Llegamos al edificio Naroca y Graciela nos abrió la puerta de su apartamento, saludó a mi amiga que me presentó como un pintor que quiere conocer a Marcelo y ella al rato regresó empujando una silla de ruedas en que venía el maestro en pijama, con un abriguito de corduroy rosado que le confería un cierto aire infantil, a pesar de sus muchos años, de su rostro huesudo y sus lentes oscuros.
Graciela lo dejó con nosotros y se retiró discreta. Mi amiga le hizo varias preguntas para alguna tesis o investigación en que estaba trabajando y luego me presentó. Mientras le daba la mano me acerqué un poco a su oído izquierdo pues había que hablarle alto y mi voz nunca ha sido muy fuerte, y le dije que los artistas de mi generación estábamos tratando de continuar el camino iniciado por ellos con la Vanguardia. Nunca olvidaré su emoción y el modo en que aferró mi mano con su mano huesuda. No recuerdo qué respondió, si es que algo dijo, sólo aquella mano y aquella intensa agitación y energía que parecían fluiír de una pintura futurista.

Amigo Carlos, puedes estar seguro de que esa imagen se hará realidad, mucho antes de que necesitemos bastones y sillas de rueda. Mientras, sigamos trabajando hasta cerrar ese círculo mágico.

6 comentarios:

canciobello dijo...

Rafa, linda tu anécdota con Pogo, solo que un poco patética al asociarla a CRC, y a un grupo de artistas que sigue trabajando hoy.

LopezRamos dijo...

Gracias Canciobello, pero si lees cuidadosamente verás que sólo usé la imagen creada por Carlos de nosotros subiendo la rampa en sillas para crear una metáfora de esperanza y optimismo.

Gerry M. dijo...

Otros amigos me han contado del viejo Pogo recorriendo el museo tambien en silloncito, ya ciego, y con algun acompanante que le describiera las obras. Fue sin duda un ser interesante, asi que esta de mas agradecerte por esta bella remembranza que has puesto ante nosotros con un detallismo (poco importa si inventado desde la memoria) casi naturalista.

G

LopezRamos dijo...

Gracias Gerry, a pesar del tiempo los detalles que describo son bastante fieles, no los recuerdo todos, pero los que recuerdo son como fotos congeladas en la memoria. me place lo hayas disfrutado.

jose franco dijo...

Ami lo que me gustaria es no subir la rampa del museo en la silla sino subir en ascensor y tirarme en silla por la rampa ,de chiquito pense hacerlo en chivichana de mas grande en patines depues pense en bicicleta ,y ahora esta opcion no es mala ,por ejemploe dia de algun homenaje a algun pintor ya en el ocaso .jajaja

LopezRamos dijo...

Jaja esta bueno eso Pepe y me has recordado de un socio que en los dias del montaje del proyecto ROCI se tiraba por la rampa en una especie de chivichana forrada en alfombra de las que los yumas trajeron para mover las obras.

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