Específicamente la técnica de la serigrafía la aprendí en el Taller René Portocarrero de Serigrafía Artística de mi ciudad fundado en 1983 y único por sus características en toda Cuba, al cual llegué en el año 1989 más deseosa de tener trabajo que de aprender dicha técnica y sin mucho menos calcular la implicación que tendría esa actividad en mi vida. Comencé allí como ayudante, pasando por el laboratorio, estampadora hasta llegar a dibujante, era un Taller donde estaban muy definidas cada actividad según ibas demostrando resultados y quedaban libres puestos de trabajo. Un hecho bastante insólito era que todos los técnicos fuésemos artistas con una implicación en el panorama cultural de la isla y en muchos casos en el internacional.
Cada dos años el Taller convocaba un Encuentro Internacional coincidiendo con la Bienal de Arte de La Habana. Tuvimos el honor de trabajar conjuntamente en la realización de proyectos junto a figuras de la talla internacional como Robert Rauschemberg, Joseph Kosuth, Oswaldo Guayasamín, Julio Le Parc, Mimmo Rotella, Juan Genovés, Rafael Canogar, Luis Camnitzer junto al amplio abanico de artistas nacionales que estamparon allí su obra, enfrascándonos en charlas interminables, fascinados por la figura que teníamos delante.
Tengo la certeza que el ambiente creativo, las altas exigencias técnicas y el continuo nivel competitivo, confluyeron en la existencia de un espacio de encuentro entre fotógrafos, pintores, críticos, artistas en general e incluso, vecinos de la barriada, siendo esto posible gracias a la figura del que fue su director y fundador el artista Aldo Menéndez. Este modelo de Espacio de Encuentro ha sido inspiración para muchos de los que allí trabajamos a la hora de crear nuestros propios Talleres diseminados por el mundo...
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