El pasado 23 de junio Soledad Cruz publicó un comentario que tomaba como referencia inicial la emisión del programa televisivo Entre Nosotros, dedicada al arte en la calle y las acciones plásticas, para analizar no tanto el programa en sí, como las obras y propuestas a que hacía alusión. Desde un inicio afirmaba que le encanta el arte que polemiza con la realidad, pero que debe hacerlo con los recursos artísticos, dando por sentado que la acción plástica no merece ser considerada parte de tales recursos.
Pero
va aún más allá al tratar de demostrar la invalidez de ese
recurso, alegando el poco esfuerzo técnico –en su sentido
tradicionalista académico– que exige al artista la realización
de la obra: es este un razonamiento muy similar al que seguían
los detractores de Picasso cuando afirmaban que cualquiera
podía pintar sus “mamarrachos”. Hoy la obra del maestro está colgada
en museos importantes, y para la gente que no va a la esencia de
las cosas ello es suficiente prueba de la genialidad del pintor.
La
acción plástica es una opción que no exige tanto un público
formado artísticamente –factor que se ha llegado a hiperbolizar
como limitante de la comunicación– como un público creativo,
dispuesto a la actividad lúdicra que presupone este arte. No
todas las obras mostradas en el parque de G y 23 eran óptimas en
su estructuración del discurso plástico –muchas veces se cometió el
error de exponer cuadros, convirtiendo el parque en galería al
aire libre– sin embargo, la periodista cita precisamente uno de
los ejemplos más logrados, como negativo; aunque su autor no pintó ni dibujó realmente,
comunicó al espectador su crítica al uso de la guayabera como
símbolo y atributo sublimado de cierta capa social (los
funcionarios). Por otro lado preguntaría: ¿es la novedad de una
fórmula artística lo que garantiza su validez funcional? ¿es
la carta de nacionalidad lo único que la autentiza? ¿para ser
original el artista debe inventar un lenguaje privado, de uso
exclusivo? De ninguna manera: un concepto artístico puede haber
surgido hace 20 años y ser perfectamente funcional en un momento
dado, en relación con los intereses del creador y el contenido que
pretende expresar.
En otro orden de cosas añadiré que la actual plástica cubana es una activa
síntesis del arsenal artístico contemporáneo, sin
extrapolaciones mecánicas ni mimetismo y que, precisamente
ahora, la plástica se ha vuelto por completo hacia la realidad
nacional –aunque no recurra a la representación de paisajes con
palmas, guajiros con sombreros de yarey o mulatas exuberantes–
lo cubano contemporáneo ya no es sólo eso y me atrevería a decir que
es fundamentalmente otra cosa, en tanto el carácter nacional evoluciona, fluye y se enriquece constantemente.
Otra
de las cuestiones aludidas por la periodista me hace pensar
que tuvo noticias muy poco fidedignas de lo acontecido en el
parque, pues durante la semana que duró la actividad, allí nadie
se exhibió desnudo ni orinó en presencia de los demás;
afirmaciones sumamente irresponsables, dado el criterio negativo que
puede formar en aquellos espectadores que sólo asistieron un día o
no pudieron hacerlo. Ello, más que una crítica al arte, parece
un boicot.
Resumiendo,
Soledad Cruz recaba a “los verdaderos artistas plásticos” –al
parecer considera a estos del parque como una especie de
saltimbanquis o algo similar– que “hagan propuestas
artísticamente revolucionarias de arte en la calle”. Y sucede que la
idea del arte en la calle es en sí misma, intrínsecamente,
revolucionadora del concepto artístico, máxime esta manera en que lo
asumen hoy tales creadores, superando con creces las
expectativas elementales de otras experiencias que buscaban una
finalidad, no ya lúdicra, sino más bien de distracción, como
fue el caso de la actividad celebrada en otro parque del Vedado
durante la II Bienal de La Habana.
El
arte, a diferencia de la ciencia o la economía, es difícil de
planificar o controlar estrechamente y sus avatares dependen en
gran medida de los del medio en que se desenvuelve el artista.
Es por ello que analizar esta experiencia en forma chata y
fenomenológica, sería negar de plano su valor y vetar una opción
donde lo artístico y lo sociológico se complementan y condicionan de
manera esencial.
Rafael López-Ramos
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